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David le perdona la vida a Saúl

26 Los hombres de Zif volvieron ante Saúl en Guibeá y le informaron que David estaba escondido en la colina de Jaquilá al este del desierto. Saúl tomó tres mil de sus mejores hombres y fue en su persecución, y acampó junto al camino que bordea el desierto donde David estaba escondido. Pero David supo de la llegada de Saúl y envió hombres a observar sus movimientos.

5-7 Una noche, David fue silenciosamente hasta el campamento de Saúl. El rey Saúl y el general Abner dormían rodeados por los soldados.

―¿Algún voluntario quiere ir conmigo? —preguntó David a Ajimélec, el hitita, y a Abisay, hermano de Joab e hijo de Sarvia.

―Yo iré contigo —respondió Abisay.

David y Abisay, pues, fueron al campamento de Saúl y lo encontraron dormido, con la lanza clavada en el suelo, junto a su cabeza.

―Dios ha vuelto a poner a tu enemigo en tus manos —susurró Abisay—. Déjame que lo atraviese con su lanza. Lo clavaré en tierra con ella y no necesitaré darle un segundo golpe.

―No —dijo David—, porque nadie puede quedar impune si ataca al ungido del Señor. 10 Dios le dará muerte algún día, o morirá en una batalla o de vejez. 11 Pero Dios me libre de matar al hombre que él ha escogido como rey. Pero mira, llevémonos su lanza y su cántaro.

12 David tomó la lanza y el cántaro de agua, y salió sin que nadie los viera, porque el Señor los había hecho dormirse profundamente. 13 Pasaron al lado opuesto. Cuando estuvieron en la cima de la montaña, a una distancia prudente, 14 David gritó a Abner y a Saúl:

―¡Despierta, Abner!

―¿Quién es? —preguntó Abner—. ¿Quién se atreve a gritarle al rey?

15 ―¡Vaya, vaya, Abner! ¡Eres un gran hombre! —bromeó David—. ¿Dónde en Israel podrá encontrarse a uno tan bueno como tú? Ah, pero no has cuidado bien a tu amo el rey. ¡Alguien se acercó a matarlo! 16 Eso no es bueno, Abner. Juro por el Señor que debieras morir por tu falta de cuidado. A ver, ¿dónde está la lanza del rey y el cántaro de agua que estaba junto a su cabeza? Búscalos.

17 Saúl reconoció la voz de David y dijo:

―¿Eres tú, hijo mío, David?

Y David respondió:

―Sí, señor, soy yo. 18 ¿Por qué me persigues? ¿Qué he hecho? ¿Cuál es mi delito? 19 Si es el Señor el que te ha incitado en mi contra, que acepte mi ofrenda de paz. Pero si son hombres los que lo han hecho, que el Señor los maldiga, porque se me ha sacado de mi hogar para que, en vez de estar con el pueblo del Señor, me encuentre lejos donde adoran a dioses paganos. 20 ¿Debo morir en tierra ajena, lejos de la presencia del Señor? ¿Por qué el rey de Israel sale en busca de mi vida como quien persigue una perdiz en los montes?

21 ―He hecho mal —exclamó Saúl—. Regresa, hijo mío, y no trataré más de dañarte. Tú me has perdonado la vida hoy. He sido un necio y he actuado mal, muy mal.

22 ―Aquí está tu lanza, señor —contestó David—. Que venga uno de tus hombres a buscarla. 23 Que el Señor dé a cada uno su recompensa por hacer el bien y por ser leal, pues yo me negué a matarte aun cuando el Señor te entregó en mis manos. 24 Ahora, que el Señor salve mi vida, así como yo he salvado la tuya hoy. Que él me salve de toda aflicción.

25 Y Saúl le dijo a David:

―Que Dios te bendiga, hijo mío, David. Harás proezas grandes, y serás un gran vencedor.

Entonces David se marchó y Saúl regresó a su casa.